29 ene 2017

'El Maestro y Margarita' / Mijaíl Bulgákov


El Maestro y Margarita de Mijaíl Bulgákov ha resultado una lectura útil por varios motivos. En primer lugar como ejercicio de sátira hacia la opresiva sociedad soviética. De este modo, el pretexto de una visita de Satanás a la ciudad de Moscú es un ejemplo magistral del poder de la ficción para atravesar el tabú de ciertas realidades y poner en evidencia sus fallas. Voland, el Mefistófeles de Bulgákov, concentra en su personaje un enorme poder subversivo. A medida que él y su pandilla de hipnotizadores siembran el caos en Moscú, van poniendo en evidencia a la verdad oficial, oponiéndole a esa mentira colectiva – el verdadero juego hipnótico – una línea de fuga que apunta a la realización de las pasiones humanas.

Aquí llegamos al segundo punto de interés de la novela, la idea inmanente de la incapacidad de la razón para armonizar la vida humana. Esta idea es algo que me persigue y que de una forma u otra es una suerte de leitmotiv en mi pensamiento. En cierta forma, considero que colectiva o individualmente tendemos a tratar de organizar nuestra existencia aplicando patrones mentales en los que raras veces encuentran un lugar nuestras necesidades pasionales y emotivas, y estas pulsiones – en forma de negatividad – son en gran medida las responsables de hacer naufragar nuestros proyectos. Por ello, la magia de Voland no es responsable de truncar la normalidad soviética, sino que se encarga simplemente de quitarle los soportes ortopédicos que la sostienen. Es ella sola la que se desmorona. ¿Pues qué culpa tiene el diablo si una muchedumbre enloquece bajo una lluvia de billetes de rublos?

No es Satanás el monstruo. Aquí, como en el goyesco grabado El sueño de la razón produce monstruos lo verdaderamente abominable es el condicionamiento de los gestos y las relaciones humanos al subordinarse a ciertos valores. Esto, obviamente, no es un problema específico del socialismo realmente existente, sino la manifestación concreta de la pulsión totalitaria que entrañan toda ideología o dogma religioso. Lo monstruoso es, sencillamente, meter la vida humana en un molde. Y romper esos moldes es, desde el inicio de la novela, la misión de la pandilla de ‘extranjeros’ llegados a la capital rusa.

El tercer punto de interés del texto lo encontramos a nivel estructural. La incorporación al relato de la narración dedicada a Poncio Pilatos redactada por uno de los personajes dota a la historia de Bulgákov de gran profundidad temporal. Gracias al juego de una novela dentro de otra los personajes tienen un pasado que los lleva más allá de los límites temporales de la propia novela y gracias a ello aumentan su conexión con el espectador.

En otro orden de cosas, las complicaciones por las que pasó la novela hasta su publicación hablan bien de como la mentira del poder sufre enormemente al ser expuesta a la ficción - cuando esta nace del compromiso con la vida -. Los censores soviéticos no cayeron en arbitrariedad alguna al impedir durante décadas la publicación de El Maestro y Margarita, de hecho entendieron perfectamente que el libro suponía una enmienda a la totalidad de un sistema al que habían consagrado sus vidas. A fin de cuentas, la difusión de este texto tenía el potencial para erosionar el sistema de creencias en que se basaba el orden establecido.

13 may 2012

Manifiesto Punk de Greg Graffin

Manifiesto Punk Por Greg Graffin

  • Introducción
  • Los Punks No Son Bestias.
  • Dentro de la singularidad está la preservación de la humanidad.
  • La batalla entre el miedo y la racionalidad.
  • ¿Cuál es la Verdad?
  • ¿Qué es el miedo?
  • El Movimiento Punk
  • ¿Qué es el Punk?

traducción al español por http://usuarios.lycos.es/jhbadbad/

Introducción

Nunca he poseído mi propia compañía discográfica, ni dirigido una exitosa compañía de merchandise,
por esto no pretendo ser un experto en marketing. He evolucionado a través de mi habilidad como compositor de canciones, pero otros lo han etiquetado , comercializado y acicalado para el consumo.

Aunque he hecho dinero gracias al Punk, es una modesta cantidad cuando uno considera la recompensa que ha sido otorgada a las compañías que promueven el Punk como alguna especie de producto para ser ingerido. Esta ha sido siempre mi manera de despreciar los novedosos, poco serios e impulsivos rasgos que la gente asocia con el Punk; porque el Punk es más que eso, tanto más que esos elementos se convierten en triviales a la vista de la experiencia humana que todos los Punks comparten.

Desde que esto [el Punk] ha sido parte de mi, durante más de la mitad de mi vida, pienso que ha llegado la hora de intentar definirlo, y en el intento defender este persistente fenómeno social conocido como Punk. Es asombroso que algo con tanta profundidad emocional e intercultural haya marchado sin definición por tanto tiempo, porque las raíces del Punk se hacen más profundas, y retroceden en la historia más haya de lo imaginado.

Incluso en las dos últimas décadas, es difícil encontrar algún análisis del influyente efecto que el Punk-Rock ha tenido en la música Pop y en la cultura juvenil. Y más raros aún son los ensayos o artículos detallando las emocionales e intelectuales corrientes ocultas, que conducen las afirmaciones de moda más comunes, que la mayoría de la gente atribuye al Punk.

Estas son algunas de las necesidades que me obligan a escribir esto. Si mi intento ofende a los puristas, manda a pique la clandestinidad de una sociedad secreta, promueve la confianza en la investigación escéptica, provoca pensamientos más profundos, y descifra la ironía; entonces habré logrado mi trabajo y aquellos que se sientan despreciados u ofendidos, quizá reconozcan la trivialidad de su posición. Dado que no tengo nada que promover salvo mis observaciones sobre una sub-cultura,
que ha crecido hasta proporciones globales, y a través de convivir con ella mucho tiempo,
he encontrado hilos del pensamiento común en todas partes.

Los procesos del pensamiento común y corriente son los que determinan la ideología que aglutina y compromete a la gente en compañía de otros, dentro de una comunidad. Hay un deseo entre Los Punks de ser una comunidad, pero se necesita para serlo, alguna formación dada a conocer sobre los fundamentos de la ideología Punk, y de dónde proviene esta. El actual estereotipo punk es cicatrizado por el marketing de masas y por un desafortunado énfasis en el estilo, y no en la esencia.

Pero estos males no destruyen el sentimiento Punk, solamente confunden la educación de las nuevas generaciones de gente que saben que ellos son el Punk, pero que no saben lo que esto significa. Hay un largo camino hasta entender lo que significa. Este escrito es parte del proceso.

Los Punks No Son Bestias.

El Punk es un reflejo de lo que significa ser [verbo] humano. ¿Qué nos diferencia de otros animales?
Nuestra habilidad para reconocernos a nosotros mismos y expresar nuestra singularidad genética.
Irónicamente, en la perspectiva sostenida comúnmente, entre los que se dedican a hacer negocios y
la maquinaria publicitaria, se resalta la primitiva naturaleza en estado animal de los Punks y de su música.

Ellos dan por hecho que la violencia es el ingrediente clave en la música Punk, y esta suposición es fácilmente perpetuada porque es fácil comercializar la violencia, y los nuevos artículos sobre ella siempre consiguen espacio en las columnas de la prensa. Este enfoque sobre la violencia olvida un elemento clave de lo que trata todo el Punk:

El Punk ES : la expresión personal de la singularidad que proviene de las experiencias de crecer en contacto con nuestra habilidad humana para razonar y plantear preguntas.

La violencia ni es habitual en el Punk, ni exclusiva de éste. Cuando ésta se manifiesta es debido a
cosas no relacionadas al ideal punk. Considerar por ejemplo la habitual historia de una pelea en el instituto entre un punk y un atleta, jugador de fútbol. El futbolista y su cohorte no aceptan o valoran al punk como a una verdadera persona. Más bien, lo usan como un recipiente de ácido sulfúrico, a diario recriminándolo, provocándolo, y avergonzándolo, lo cual , por supuesto, no es más que un reflejo de sus propias inseguridades.

Un día, el punk ha tenido suficiente y golpea al capitán del equipo de fútbol en el vestíbulo. Los profesores por supuesto expulsan al punk y mencionan su paupérrimo peinado y andrajosa ropa como una evidencia de que él es un violento, un incontrolable sin remedio. En el periódico de la comunidad se lee "Una Paliza en el Vestíbulo Reafirma que la Violencia es un Modo de Vida Entre los Punk Rockers".

La ira espontánea al no ser aceptado como una verdadera persona no es exclusivo de los Punks. Esta reacción se debe al hecho de ser[verbo] Humano, y cualquiera reaccionaría con ira, independientemente de su afiliación social o subcultural, si se sintieran despreciados e inútiles. Tristemente, hay muchos ejemplos de violencia entre los punks. También hay resplandecientes ejemplos de gente mal informada que se llaman a ell@s mism@s punks. Pero la ira y la violencia no son características del Punk, de hecho, estas no tienen cabida en el ideal Punk.
Ira y violencia no son el pegamento que mantiene unida a la comunidad punk.


Dentro de la singularidad está la preservación de la raza humana.

La naturaleza nos concede la columna vertebral genética de lo que trata todo el Punk. Hay proximadamente 80.000 genes en el Genoma Humano, y aproximadamente 6 billones de personas portando este elogio genético. Las probabilidades de que dos personas lleven el mismo cromosoma son tan pequeñas como para estar casi más allá de la comprensión (Las posibilidades son esencialmente 1/2 80.000 veces el número de posibles personas que tú puedas conocer y con la que casarte durante toda una vida! Prácticamente imposible).

Los genes que llevamos juegan un importante papel en la determinación de nuestro comportamiento y nuestro punto de vista sobre la vida. Eso es por lo que tenemos el regalo de la singularidad, porque nadie más tiene el mismo conjunto de genes controlando su perspectiva del mundo. Por supuesto, los factores culturales juegan el otro papel principal, y estos pueden tener un efecto más homogeneizador sobre el comportamiento y la forma de ver el mundo.

Por ejemplo, una ciudad completa de obreros podría tener 15000 habitantes que son educados con los mismos ideales, trabajan en las mismas factorías, van a las mismas escuelas, compran en los mismos establecimientos, y tienen afición a los mismos equipos deportivos. Mientras sus hijos se desarrollan,
hay una constante interacción de fuerzas opuestas entre la impresión social que su cultura imparte, y la expresión genética de singularidad.

Aquellos que pierden el contacto con su naturaleza se convierten en robots de la sociedad, mientras que aquellos que denuncian su desarrollo social se convierten en animales vagabundos. El Punk simboliza un deseo para caminar la línea en medio de estos dos extremos con magistral precisión.
Los Punks quieren expresar su propia y única naturaleza, mientras al mismo tiempo quieren adoptar los aspectos comunitarios de su educación cortagalletas.

La relación social que ellos tienen está basada en un deseo de comprensión mutua de la perspectiva única del mundo que cada uno tenemos. Las "escenas" punk son lugares sociales donde esas perspectivas son aceptadas, algunas veces adoptadas, otras veces descartadas, pero siempre toleradas y respetadas.

El Punk es: un movimiento que sirve para rebatir actitudes sociales que han sido perpetuadas a través de la deliberada ignorancia de la naturaleza humana.

Porque esto depende de la tolerancia y evita la desaprobación, el Punk está abierto a todos los humanos. Hay una elegante semejanza entre la dependencia del Punk de perspectivas y comportamientos únicos, y nuestra propia, natural y genética predisposición hacia la singularidad.

La batalla entre el miedo y la racionalidad.

La adicción a conformarse es un poderoso efecto secundario de la vida civilizada. Tod@s nosotr@s somos educad@s para respetar las opiniones de nuestr@s ancian@s, y más tarde cuando nos damos cuenta de que éstas son sólo opiniones dogmáticas, no estamos educad@s para causar un alboroto por hacer preguntas difíciles. Much@s sencillamente están de acuerdo con los conceptos imperantes
y nunca expresan sus propias opiniones, lo cual es análogo a una muerte prematura del individuo.

Nuestra especie es única en la habilidad de reconocer y expresar la personalidad y, no ejercer esta función biológica, va en contra del gradiente de selección natural que creó ésto desde el principio. Esta "autosatisfacción" combate un miedo al fracaso.

Es fácil asumir que si tod@s l@s demás están haciendo algo, entonces no hay forma de fracasar si tú simplemente estás de acuerdo con esto. El ganado y las manadas de gansos probablemente puedan reconocer esta ventaja. Pero la humanidad entera podría fracasar por esa mentalidad.

Reflexionando y actuando en una dirección contraria a la corriente de la opinión popular es decisivo para el progreso y el desarrollo humano, y una contundente manifestación del Punk. Si un asunto o fenómeno es considerado verdadero sólo porque otras personas dicen que lo es, entonces es un trabajo Punk buscar una solución mejor, o al menos encontrar una variable independiente que confirme la creencia mantenida; (A veces la opinión popular es sólo un reflejo de la naturaleza humana,
l@s Punks no viven en la negación de esto).

Esta habilidad para oponerse a los principios del momento fue una pieza principal de los más grandes avances en el pensamiento humano a lo largo de la historia. El periodo completo de la Ilustración se caracterizó por las ideas que rehuían del dogma de la época, sólo para revelar las verdades en la naturaleza y en la existencia humana que todo el mundo puede observar, y que todavía están con nosotros hoy.

Galileo luchó contra la Iglesia, la Iglesia ganó la batalla, metiéndolo en la cárcel para toda la vida,
pero finalmente perdió la guerra; pocas personas creen hoy que el sol gira alrededor de la Tierra, y por tanto Dios no creó a la Tierra como el centro del universo. Francis Bacon insistió en que el destino humano es la inteligencia. Si negamos este principio fundamental de lo que significa
ser [verbo] humano, él razonó, entonces descendemos dentro de las profundidades del mero barbarismo.

Charles Darwin, escribió después del apogeo de la Ilustración, no obstante él fue directamente influenciado por su tradición, fue educado como un teólogo y, a pesar de eso, todavía fue conducido a entender el orden subyacente que conectaba las especies biológicas que él observaba en sus viajes. Sus puntos de vista arrojaban interrogantes sobre muchos de los dogmas de la Biblia,
a pesar de eso su razonamiento fue acertado, y a través de un método de autosuperación (la lucha en su propia mente por entender) enriqueció al género humano mediante la instauración de un nuevo punto de referencia del conocimiento humano.

La doctrina de la iglesia fue más marginada. El miedo de la repercusión desde la iglesia fue eclipsado por la ola de entendimiento que los puntos de vista de Darwin crearon en la gente, y por la verdad existente en sus estudios.

El proceso del pensamiento Punk contemporáneo, conducido por este deseo de comprender, es una copia idéntica de la tradición de la Ilustración. El hecho de que, tantísimos ejemplos históricos existan, que revelan un deseo de destruir el dogmatismo, nos encamina hacia una poderosa doctrina: Esta es un rasgo natural de los seres humanos civilizados para ser originales. El hecho de que la singularidad sea tan poco frecuente, revela que nuestra naturaleza es reprimida por una igualmente poderosa fuerza contrapuesta : EL MIEDO.

El PUNK ES: un proceso de cuestionar y de comprometerse a la comprensión, que resulta en el progreso individual, y por extrapolación, guiaría hacia un progreso social.

Si bastantes personas se sienten libres, y son animad@s a usar sus habilidades de observación y raciocinio, grandes verdades emergerán. Estas verdades son reconocidas y aceptadas, no porque fueran impuestas a la fuerza por alguna entidad totalitaria, sino porque todo el mundo tiene una experiencia similar cuando las observa.

El hecho de que l@s Punks puedan narrarse un@s a otr@s y tener en común asuntos de prejuicios,
proviene de una experiencia compartida de ser tratados inadecuadamente por la gente que no les quiere alrededor. Cada un@ tiene su propia experiencia de ser rehuído, y cada un@ puede verse reflejado en la historia de alienación de otr@, sin alguna clase de adhesión a un código de comportamiento.

La verdad de los prejuicios proviene de la experiencia que tod@s ell@s comparten,
no de una fórmula escrita o una constitución a la que tengan que obedecer. L@s Punks aprenden de esta experiencia que los PREJUICIOS están equivocados, este es el principio mediante el que ell@s rigen sus vidas; ell@s no lo aprendieron de un libro de texto. Sin el afán por entender y el cuestionar las creencias mantenidas, la verdad permanece cubierta detrás de la costumbre, la inactividad, y la ideología dominante.

¿Cuál es la Verdad?


Los filósofos distinguen entre la verdad con "V" mayúscula y la verdad con una "v" minúscula.
Los Punks niegan la primera.

La Verdad con "V" mayúscula asume que hay un orden prescrito por algún ser transcendental.
Es decir, que la verdad proviene en última instancia de Dios, que tuvo un plan para todo cuando
él creó el universo.

La verdad con "v" minúscula es esa que entendemos por nosotr@s mism@s, y sobre la que tod@s nosotr@s podemos estar de acuerdo gracias a unas experiencias y observaciones similares de este mundo. Esta también es conocida como verdad objetiva, desde nuestro interior, revelada aquí en este mundo; como la verdad opuesta a la Verdad con "V" mayúscula, la cual proviene del exterior y es proyectada hasta nosotros, concretamente para que la sigamos.

La moral necesita NO ser pensada como un producto sólo de la Verdad con "V" mayúscula. La verdad objetiva es fácilmente adaptable a una cultura moralista y espiritual.

El PUNK ES: la creencia de que este mundo es lo que hacemos de él, la verdad proviene de nuestra comprensión de cómo son las cosas, no del ciego apego a fórmulas acerca de cómo deberían ser las cosas.

La dependencia del Punk de la verdad objetiva proviene de la experiencia compartida de ir a contra corriente. Cualquiera, que haya sobresalido en una multitud, palpa la verdad de la experiencia.
Nadie tuvo que escribir una doctrina aceptable para el marginado, y para que éste entendiese lo que significa ser diferente. La verdad fue bastante sencilla, y esa verdad pudo ser entendida y consensuada por todos aquellos que compartían una experiencia común.


¿Qué es el miedo?


Los miedos, que conducen a la gente a conformarse, han causado épocas deprimentes en la historia de la humanidad. La llamada Edad Media fue tranquila y sin agitación, pero también lúgubremente silenciosa y pestilente, nunca para hallar una perspectiva que contrastase [los hechos]. El pseudo-bienestar y la tranquilidad, que la gente de la Edad Media experimentó, por conformarse con una burocracia impuesta rígidamente, impuesta por el rey y la iglesia, fueron completamente enmascarados por la miseria que tenían que soportar en su vida diaria.

La vida es sencilla como un campesino, sin dirección, sin propósito, sólo producir más bienes y
descendencia para el beneficio del Rey. Pero aprovecharse del miedo para controlar a los campesinos
(o hoy en día a los obreros no cualificados en ese asunto) es sólo un nauseabundo ejercicio a corto plazo, porque los campesinos tienen el mismo "equipamiento mental" que la realeza.

Los profundamente arraigados rasgos biológicos del autoreconocimineto y el deseo de expresar la personalidad no pueden ser anulados por mucho tiempo. Con el tiempo los campesinos se dan cuenta de que la vida sin el ejercicio de la razón es tan aceptable como ser un animal de granja. Ser controlado por el miedo es lo mismo que ser biológicamente inerte, incapaz de tomar parte en el drama humano, simplemente consumiéndose por completo.

El miedo que controla el comportamiento humano se aprende. Es diferente de la respuesta inmediata y reflexiva del "huir-del-estímulo-repugnante" que otras criaturas emplean para sobrevivir. También tenemos reflejos motrices como ellas, pero el miedo al fracaso y el miedo al hablar en voz alta provienen del sistema límbico.

El sistema límbico es un circuito de neuronas en nuestro cerebro que controla nuestras emociones más asentadas. Conecta dos partes del cerebro: el Meséncefalo, a donde se envía la información sensorial (es decir, los estímulos visuales y auditivos) y el Cerebro (parte delantera), donde la información es procesada. Aunque el Cerebro ha estado ahí presente durante 480 millones de años (estaba presente en los vertebrados más primitivos), desarrolló funciones especiales con la llegada del género humano.

Una porción especializada del Cerebro, llamada la corteza cerebral, fue altamente desarrollada en los humanos. El 95 % de nuestra corteza cerebral es responsable de las actividades mentales asociativas como la contemplación y la planificación. El otro 5% es responsable del procesamiento de la información motriz y sensorial.

Por comparación, un ratón (también considerado un vertebrado de los más evolucionados), tiene una corteza cerebral con sólo el 5% de sus neuronas dedicadas a las funciones asociativas, mientras que el 95% son dedicadas a funciones motoras y sensoriales.

El sistema límbico altamente desarrollado está en el meollo de lo que significa ser human@.
Nosotr@s nos diferimos de otros animales en la cantidad de tiempo que gastamos planeando, contemplando, y expresándonos. Nuestro sistema límbico es muy poderoso. Puede dominar las emociones primitivas, y suprimir deseos profundos.

Cualquiera que alguna vez haya visto una película triste con l@s amig@s, e intencionalmente retuvo
las lágrimas porque (ell@s) no querían que sus amig@s les vieran llorar, empleó el poder de su sistema límbico. (Ell@s) Contemplaron las repercusiones de la reacción de sus amig@s al llanto, y detuvieron la cascada emocional que habría traído las lágrimas.

Del mismo modo que la racionalidad es producto del sistema límbico, el miedo también se concentra en las mismas neuronas del sistema límbico. A menudo el miedo es un comportamiento racional, basado en pensamientos irracionales, y puede paralizar el poder de procesar de la corteza cerebral. La negación y el miedo van unidos de la mano, y ambos son ejemplos de cómo nuestro sistema límbico puede suprimir los estímulos obvios y promueve una conducta que es segura y convencional.

El sistema límbico es como cualquier otro órgano en el sentido de que puede funcionar sin obstáculos hasta producir resultados perjudiciales. El estar en contacto con nuestros cuerpos lleva a una salud general en conjunto, y el sistema límbico necesita una atención constante con el propósito de dominarlo. Para superar el miedo, un@ necesita estar en contacto con su sistema límbico,
y reconocer cuando está escondiendo lo obvio.

Las buenas maneras y el "ser agradable" son formas de la represión del sistema límbico, necesario a veces, pero a fin de cuentas rebajando la originalidad humana. La mentira es la última forma de represión del sistema límbico. Es una negación de lo obvio. Los narradores de la verdad, aquellos que son auténticos y merecedores de confianza, han aprendido a dominar su sistema límbico. Reconocen el deseo de mentir, pero racionalizan la inutilidad de defender algo que no es verdad.

L@s mentiros@s, por otra parte, son esclav@s de su sistema límbico, pierden el contacto con la mayoría de sus capacidades mentales básicas. Su comportamiento es precavido y astuto porque dejan que su deficiente razonamiento, para encubrir lo obvio, controle su personalidad entera. A la larga se tienen que rendir a la verdad y reconocer la derrota, pero sólo después de que cada posible vía de decepción y de lógica retorcida ha sido defendida en el interés de ocultar su miedo.

L@s polític@s, los curas, l@s caudill@s de las finanzas, y l@s jueces son maestr@s de la lógica retorcida y de la promoción del miedo. Ell@s hacen de l@s Punks buenas dianas para la crítica intelectual porque no respetan a la gente que ha aprendido a dominar su sistema límbico. Y l@s Punks no tienen miedo de apuntar eso que es obvio, aún cuando su posición social podría ser puesta en peligro.

El PUNK ES: la lucha constante contra el miedo de las repercusiones sociales.



El Movimiento Punk


He intentado enumerar algunos de los factores que hacen del Punk un movimiento, en el sentido cultural. El típico estereotipo de un imbécil rufián saqueando, destruyendo, robando, peleando, o discutiendo en el nombre de alguna vacía y efímera causa no es más punk que la imagen "bonita-cara-cabeza-vacía" de las estrellas del pop de hoy día.

Porque es muy fácil para las compañías discográficas vender imágenes de violencia, sexo, y egoísmo,
muchas bandas han picado en el anzuelo y se han retratado a sí mism@s como Punks, sin darse cuenta que realmente estaban perpetuando un estereotipo de conformidad que desde luego no es punk.

La actitud del "Venga únete a nosotr@s", que busca atraer seguidores/as, a menudo resulta en una
multitud ruidosa de personas débiles que piensan que su poder descansa en las grandes cifras de clones de la misma opinión que han recopilado. Sin embargo, no hay fuerza en los números si la gente es apiñada por una mantra de mente cerrada, a su propio servicio, inductora de miedo, que promueve bandos y principios excluyentes.

Las ideologías fuertes no requieren una muchedumbre, persisten a través del tiempo, y nunca se van,
porque están íntimamente relacionadas a nuestro mecanismo biológico. Son parte de lo que significa
existir como Homo Sapiens. El Punk representa esa tradición.

Este es un movimiento de proporciones épicas, va más allá de la proximidad del "aquí y ahora",
porque es, fue, y siempre será "ahí y para siempre", siempre y cuando los humanos anden por la Tierra.

Mientras entramos en una nueva era en la voraz marcha de la cultura, l@s Punks tendrán su día.
Internet ha permitido a la gente comunicarse directamente una vez más. En la Red, el comportamiento
humano es interactivo, como lo fue antes de la llegada de los medios de comunicación de masas.

La gente ahora fija su atención en discusiones ideológicas y temas sobre el estilo de vida,
contrariamente al comportamiento clásico del siglo XX autorecluyéndose de los seguidores,
y ateniéndose a un autoritario código (de un sistema de redes o comercial) del comportamiento aceptable. Las mentiras y los misterios del elitismo se erosionarán rápidamente mientras la conversación mundial que transpira diariamente en el Web invada más vidas de la gente.

La población mundial será más receptiva a ideologías alternativas porque ell@s las estarán creando.
La gente será menos receptiva a ideologías de instituciones obsoletas porque los agujeros y los defectos en su lógica serán más amplificados cuando sean difundidos instantáneamente alrededor del mundo, cuando lleguen a ser reveladas.

Las éticas de "La-fuerza-en-el-entendimiento" y "El-conocimiento-es-poder" que los Punks defienden
se convertirán en la norma. La rigidez, la brutalidad, y la inutilidad de las agendas secretas serán
hechas evidentes, allanando el camino hacia un reconocimiento de la singularidad humana, y hacia una nueva era de originalidad.


¿Quién es Punk?


Todo el mundo tiene el potencial para ser Punk. Es mucho más duro para alguien que proviene de
una plácida, poco atractiva y desafiante, e ignorante educación, porque ellos no ven la importancia
de cuestionar o provocar a las instituciones que les dan tal tranquilidad. Pero tales ejemplos de
una existencia despreocupada son raros en el mundo menguante de hoy.

Los eternos interrogantes todavía arden en las mentes de muchas personas. Lo que significa existir como ser humano se está haciendo más claro cada década. Algunas veces, la gente está acostumbrada a seguir el camino seguro hacia una temprana sepultura por consumir y repetir el dogma de una horrible aristocracia.

Por otro lado, el espíritu humano es difícil de aniquilar. El Punk es un microcosmos del espíritu humano.
L@s Punks salen adelante gracias a sus mentes, no a su fuerza bruta. Se adelantan a la sociedad por su diversidad, y no por su conformismo. Motivan a otr@s por inclusión, no por dominación.

Están en la primera línea de la autosuperación y por extrapolación pueden mejorar el cariz de la raza humana. Se atienen a principios universales no escritos de la emoción humana, obvios para cualquiera, y evitan códigos de comportamiento elitistas, o agendas secretas. Encarnan la esperanza del futuro, y divulgan los errores del pasado. No les digas que hacer, ellos ya te están guiando.

El Punk ES : la expresión personal de la singularidad que proviene de las experiencias de crecer en contacto con nuestra habilidad humana para razonar y plantear preguntas.

El Punk ES: un movimiento que sirve para rebatir actitudes sociales que han sido perpetuadas a través de la deliberada ignorancia de la naturaleza humana.

El PUNK ES: un proceso de cuestionar y de comprometerse a la comprensión, que resulta en el progreso individual, y por redundancia, flores dentro de una evolución social.

El PUNK ES: la creencia de que este mundo es lo que hacemos de él, la verdad proviene de nuestra comprensión de cómo son las cosas, no del ciego apego a fórmulas acerca de cómo deberían ser.

El PUNK ES: la lucha constante contra el miedo de las repercusiones sociales.


DESDE: NODOMUTANTE

6 may 2012

Antony Hegarty: “No hay forma de redimir a la Iglesia”

FUENTE: EL PAÍS

 6 MAY 2012

Delicado y enorme, como una especie de oso panda tamaño natural, Antony Hegarty une a esa esencia hipersensible, inadaptada de su mundo y sus canciones, algún rugido. En la corta distancia, frente a un café y una botella de agua con gas, se enciende. Si uno le menta a la Iglesia o ciertos patrones políticos, se calienta más que ese planeta que siente en peligro hasta adoptar un discurso claro, combativo, radical.
Antony Hegarty es un músico especial. Su consagración con Antony and the Johnsons como uno de los artistas más influyentes del mundo entre minorías enteradas le convierten en una especie de fenómeno de culto. Y eso con solo cuatro discos con títulos venerados, como I am a bird now oThe crying light, que ya son clásicos.
Afirma haber nacido persona transgénero. Ni hombre ni mujer. Un espacio intermedio, un lugar único que Hegarty reivindica para mirar el mundo. Obsesionado por la ecología, en cruzada contra la opresión religiosa, amante de la vida y su paraíso, la Tierra, este artista difícil de clasificar ha sido una de las estrellas participantes en Vida y muerte de Marina Abramovic en el Teatro Real. Su primera incursión en el mundo de la ópera junto a la propia Abramovic, el actor Willem Defoe y el director de escena Bob Wilson, ha dado que hablar. ¿Ópera o transópera? Esa es la cuestión…
No me extraña verles a usted y a Bob Wilson haciendo algo en común, con el permiso de Marina Abramovic. Les une un concepto: lentitud. No en el sentido que pueda tener un peatón…
No, más en un sentido filosófico, de quietud. Sí, creo que en mí la quietud aparece después de haberme adentrado en el butoh, la técnica de danza japonesa creada a partir de Hiroshima y Nagasaki, que te da otra dimensión, muy cercana al surrealismo, sobre el paso del tiempo. Empiezas a interesarte por conceptos como la suspensión; no se trata de crear espacios estáticos, sino reflejar cierta tensión en esa quietud.
Es que dentro de esa paz existe la tensión. Ocurren cosas. Al menos en la imaginación de quien lo contempla. O quizá, más bien, esperas que ocurran cosas. Bueno, la idea tiene que ver con la búsqueda de un lugar en el que te sientas seguro para que emerjan cosas. Esa fue precisamente la motivación o el estado que busqué para hacer mi disco The crying light. Una especie de círculo con un guardián que podía pisar o saltar hacia la luz. Igual que los animales salen de sus guaridas en el bosque cuando encuentran esa paz, esa tranquilidad. A un creador le ocurre lo mismo.
Ya, pero en usted y en Wilson, esa paz propicia para la creación también es tensa. Bueno, en mi caso es la búsqueda de una energía agitada también. Quizá sea cierto eso de la tensión. En mí, sobre todo en las canciones más primerizas. Pero no sé si queda algo más de aquello. Tiendo a ser menos dramático.
Hay canciones suyas que buscan ese dramatismo y que han sido de sus éxitos mayores, como ‘Hope there’s someone’. Para mí es mucho más meditativa.
Desesperada la veo yo. Es la búsqueda de ese agujero donde desarrollar mi espacio creativo, entre la luz y ninguna parte, un lugar soñado.
¿Es allí donde busca su identidad? ¿Mi identidad? ¿Por qué?
Porque es uno de los grandes asuntos de nuestro tiempo. Su éxito, creo yo, se debe, entre otras cosas, a esa exploración de nuevas identidades. No lo tengo muy claro.Para mí, la identidad es algo que me atañe en comparación con lo que me rodea, pero no por mí. Mi relación con la naturaleza, eso me desvela. La identidad, el género, me interesa en cuanto a denunciar el sometimiento que han sufrido las mujeres en el mundo y cómo eso ha impactado o influido en nuestro desarrollo.
Fascinante, sin duda. El mundo sería distinto, siempre y cuando esas mujeres no fueran Margaret Thatcher o Angela Merkel… Todo el mundo dice eso, y Sarah Palin y demás, no se puede generalizar, desde luego. Se pueden abordar realidades concretas, eso, sometimientos, humillaciones, distintas sensibilidades, aspectos cívicos, políticos, visiones económicas, pero no podemos pensar que ciertos modelos como esos que mencionas representen la realidad de todo. Esas mujeres asumen papeles patriarcales en sus formas de entender el mundo. Yo me refiero a sistemas, hablo desde una perspectiva más amplia, como una persona transgénero que ha podido experimentarlo y sentirlo de una manera especial.
¿Cómo? Como seres biológicos, estamos predeterminados a comportarnos de maneras diversas, nuestros cuerpos guían nuestra sensibilidad.Existen aspectos biológicos tan determinantes que sorprenderían a la gente. El comportamiento tan diferente de las mujeres o los hombres en el trabajo o los niños y las niñas en el colegio está tan determinado por nuestro sexo que alucinaríamos. Luego aparecen las superestructuras, que también nos marcan, a un nivel espiritual, religioso, ideológico. El concepto de Dios. Aspectos de las superestructuras que nos reprimen aún más. Esas obsesiones en el apocalipsis, ese empeño en colapsarlo todo para desarrollar un nuevo paraíso. ¿Por qué la gente se empeñará en morir y buscar otros paraísos más allá de esta Tierra, cuando el mundo potencialmente puede serlo, y la naturaleza, una magnífica representación del mismo? Son lavados de cerebro, alucinaciones con ideas sobredimensionadas de un dios que nos ofrecen solo una salida y una esperanza en la muerte. ¿Para qué sirve todo eso? Son comecocos con paradigmas de chalados que van en contra de la naturaleza. El otro día fui a El Escorial. Las representaciones sobre la naturaleza versan acerca de los peligros a los que esta nos expone, y entonces te das cuenta de que la cristiandad lo que ha hecho desde el principio es armar un discurso para separar al hombre de la naturaleza. Y después, de paso, alejarlo de toda fuente o vinculación con la feminidad.
La maldita manzana del demonio. Ja. Como si hubiéramos nacido todos de un dios padre y no de una diosa madre. Es un crimen. Ese divorcio entre el hombre y la naturaleza que ha operado tanto en las superestructuras nos ha llevado a que surjan sujetos tan insensibles a todo que por avaricia han creado un colapso económico. No hay lugar para nuestro desarrollo natural dentro del capitalismo. Y toda esa basura colabora entre sí para demostrárnoslo, cuando lo realmente apocalíptico es que el calentamiento global aumenta.
Hablando de estructuras y superestructuras, se me revela usted como un marxista en el método de pensamiento. ¿No se lo han dicho? No tengo ni idea de lo que me está hablando, no sé nada de marxismo.
Yo le aviso. No me importa, a mí lo que me interesa es hablar de esas cosas y llegar a un punto, por ejemplo, en el que a las mujeres se les deje desarrollar su sensibilidad para la política y la vida en aspectos mucho más radicales, más comprometidos. Nos iría mucho mejor. Especialmente si son mayores. ¿Qué ocurriría si las relaciones entre el islam y Occidente estuvieran regidas por mujeres? Todo sería diferente. Pues eso es mucho más imposible y poco factible que el colapso al que realmente asistimos. ¿No es absurdo?
Ya, gracias a Angela Merkel, entre otras. Que da lo mismo, que hablo de sistemas, no de personas concretas. Insisto, debemos tender a sensibilidades más femeninas para solucionar nuestros problemas; ya sé que es idealista, que es utópico, pero ¿qué se supone que debo hacer? ¡Soy un artista! ¡Mi deber es soñar! Vamos a necesitar un pacto para intercambiar papeles. Un pacto que va a requerir una gran humildad por parte de los hombres y un gran sentido de fuerza por parte de las mujeres. Esa actitud hará que los hombres aprecien la belleza en un sentido desconocido, será una nueva era en la que abracen valores diferentes y una fortaleza en las mujeres de la que no éramos conscientes porque nunca dejamos que floreciera.
Y usted, como un ser transgénero, ¿cómo se ve en este mundo? ¿Qué es eso? ¿Transgénero? No sé si existe una definición para ello. Solo le digo que no me siento pleno como hombre.
¿Ni como una mujer? Estoy cómodo entre ambos géneros y ahí busco una especie de espacio separado, de soberanía. Quienes nos sentimos de esta manera tenemos un camino claro en la vida. Es el resultado de haber nacido así.
¿Nacido? Desde luego. Pues como haber nacido con ojos azules o marrones.
Pero ¿qué es? ¿Un concepto, un sentimiento? Digamos que principalmente es un sentimiento. Un sentimiento que tiene que ver con tu lugar en el mundo, algo que empieza a perfilarse en el entorno familiar. La gente tiende a pensar que la identidad gay o la transexual es una cuestión adulta, que viene tras el descubrimiento del sexo, pero en mi caso surgió desde la infancia, enseguida se fue manifestando a medida que buscaba mi lugar en la familia.
¿Conflictivamente? No mucho, interiormente. Estaban mi padre, mi madre, mis hermanos y después yo, en medio, como un transgénero entre todos ellos.
¿Cuándo fue eso? No fui muy consciente. De todo eso vas enterándote a medida que creces y encuentras las referencias para articularlo. Pero cuanto más tiempo transcurre, más seguro estoy de que era un transniño.No es raro, suele surgir uno en cada familia. Es parte de la naturaleza. En otras culturas se les venera porque ofrecen una perspectiva única sobre las cosas.
¿Y su sensibilidad era especial? Cuando empieza a ser consciente de su singularidad, ¿cómo se maneja? Bueno, depende del entorno cultural. En mi caso no fue excesivamente traumático, un término medio.
Su educación fue católica. Eso pesa. Ya, pero dejó de influirme pronto; hacia los 12 años o así me convertí en la oveja negra en ese aspecto. Me di cuenta de que no pertenecía al rebaño.
¿En qué sentido? Bueno, el catolicismo tiene sus aspectos interesantes. Pero el caso es que no confío en las religiones que basan su fuerza en hombres o profetas, han tenido suficientes oportunidades para demostrarnos que su propuesta de reino espiritual flaquea. Ha llegado el momento de que se dé paso a las mujeres como guías espirituales. He llegado a la tolerancia cero en cuanto a los guías espirituales masculinos. En eso me encuentro muy radicalizado, extremo, ni la mayoría de mujeres que conozco piensan como yo en ese tema. Pero como transpersona debo serlo.
¿En qué sentido radical? Pues en el sentido de estar encantado si un día el Dalai Lama anuncia que en su próxima reencarnación será una niña. Entonces empezará a interesarme el budismo.
O que el Papa sea una mujer… Por supuesto, pero incluso en eso la Iglesia católica necesita mucha más ayuda que una nueva Papa mujer. Si la Iglesia cambiara los roles entre Dios padre y la Virgen, me interesaría. Pero es que no me voy ni a preocupar por eso, son una causa perdida. No hay forma de redimirlos.
¿Cree en un dios transgénero? No creo en un mundo ni en nada espiritual que no pertenezca al mundo natural. Tampoco creo que los humanos seamos el colmo en la jerarquía natural. También eso es una mierda. De hecho, son los principales culpables de la destrucción. Ocupan un espacio, como un virus, son demasiados. Es un desastre, y todo por esa absurda idea de que la prevalencia o la supremacía humana tiene más valor que otras. El hecho de que hayamos dominado la naturaleza no nos convierte en mejores que ella. Somos un virus.
¿Qué encontró usted en Nueva York cuando se mudó allí a los 19 años? Pues una comunidad de artistas en esa frontera en la que soñabas lo que podías ser o llegar a ser, expresándote libre y desinhibidamente, lejos de los círculos tradicionales y los patrones familiares. Nueva York es un lugar que tiene que ver con la última frontera, la ciudad en la que acaban todos aquellos que no cuadran o no se adaptan en el resto del país. Aunque eso está cambiando en los últimos 15 años. La cultura suburbana no es tan relevante ya en la era Internet.
¿Por qué no le gusta hablar de su infancia en Inglaterra? No es eso; al contrario, he hablado tanto sobre ello que me aburrí. Me gusta abordarlo en el sentido de la relevancia que pueda tener hoy para mí. Para mí empieza a tener más interés la época en que nos mudamos a EE UU, en un pueblo cerrado y frustrante de California. Fue cuando empecé a interesarme por la música. Me fascinaban Boy George, Marc Almond y cantantes románticos con una fuerza expresiva emocional potente. Mi gran crisis de la infancia, la adolescencia, fue cuando me sentí incapaz de expresar mis sentimientos. En teoría era un niño, con muchas emociones contenidas, pero irreprimible.
¿En qué sentido? Sentía que nada iba a detener el hecho de ser yo. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que no era yo quien tenía el problema, sino la sociedad con respecto a mí. Yo era un niño muy creativo. Veía el mundo brillante, colorido; es muy común en los niños con esa sensibilidad tender al ensueño, en tonos vivos y alegres. Esa es la naturaleza de un niño trans, a menos que esté muy reprimido.
Sin embargo, ese mundo, esa sociedad que no les acepta, debe de ser un lugar oscuro. Algunas partes sí. No todo. Era un mundo en el que no existía Internet y nuestras referencias eran las revistas y las estrellas pop tan guapas y tan jóvenes, como Boy George y esa cara tan femenina, esos rasgos delicados tan diferentes a los de David Bowie, sin pluma tampoco, mostraban una fragilidad y una vulnerabilidad femenina especial que nos atrapaba. Tampoco era un atractivo basado en la sexualidad, era la revelación de una nueva feminidad.
¿Y cómo era enamorarse? Mi identidad trans tiene poco que ver con mi orientación sexual. Como gay, ambos aspectos son evidentes. Me gusta clarificar esas cosas. Muchos gais no lo hacen, tienden a erradicar de su personalidad asuntos de género, los suprimen. Debemos intentar agrandar nuestras fronteras en ese sentido, nuestros límites, y ser conscientes de que ocupamos, por nuestra sensibilidad, nuestros referentes, nuestros papeles en la sociedad, en nuestras familias un lugar específico, único.
Ya, pero ¿era un problema, un conflicto, para usted enamorarse?No, nunca lo fue. Ahora es una afición, un pasatiempo. Ahora estoy más abierto a cosas que cuando tenía 15 o 20 años. El amor está bien, es algo dulce, una de nuestras preocupaciones más bonitas. Amar y ser amado. Tampoco mis canciones son muy románticas, las veo más existenciales. Puede que en el futuro me concentre más en eso.
Pero sus canciones las define usted como tristes. ¿Usted es una persona melancólica o feliz? Ambas cosas.
¿‘Trans’ también en eso? Muy afortunado de vivir en este mundo, hoy, como un ser transgénero. Agradecido.
Sentirse afortunado y agradecido es una manera de ser feliz. Para mí no es tan sencillo. Diría que, como ser, me considero normal. Como ser y cosa. ¿Es feliz el agua? ¿Es feliz el mar? Sencillamente es, y estamos aquí. Pero vivir duele, duele también, los árboles sufren como nosotros al crecer. Debe de doler ser un árbol. Como cuando a un niño le salen los dientes. Duele. Y es un dolor muchas veces improductivo. Y no quiere decir que sea un dolor malo, puede ser un dolor feliz.
Y para el futuro, ¿le gustaría ser padre?, ¿una especie de madre-padre ‘trans’? Nunca lo he pensado. Hay tanta gente por aquí que me parece un exceso. Desanimo a la gente a que los tenga, pero si los tiene, me alegro mucho por ellos. Me encantan los niños, pero debemos autorregularnos y organizarnos dependiendo del entorno en que vivimos, por necesidad, para sobrevivir. Somos muchísimos, demasiados. Es anticuado pensar que debemos reproducirnos porque sí.
Muy bien, pues ya está. ¿Seguro que es suficiente? Espero que no crea que estoy pa allá. P
La voz que sedujo
a Lou ReedAntony Hegarty (Chischester, Reino Unido, 1971) vivió poco en Inglaterra. A los seis años se trasladó con su familia a Ámsterdam y después a San José (California). Llegó a Nueva York con 19 años para estudiar teatro experimental en la Universidad y allí se adentró en los ambientes suburbanos y en los mundos de las ‘drag queens’. Montó el Black Lips Performances Club, base de su grupo actual, Antony and the Johnsons.Cuando su arte llegó a oídos de Lou Reed, Antony and the Johnsons dan un salto que se materializa en el éxito de su segundo álbum, I am a bird now, que le convierte en un referente de la música pop. Después vendrán The crying light, otro éxito de amplias minorías, y Swanlights. Acaba de participar en el montaje operístico Vida y muerte de Marina Abramovic y está a punto de aparecer un disco suyo en directo.
en la ópera. Antony Hegarty, junto a Marina Abramovic en el Teatro Real.

14 may 2011

El espíritu del terrorismo

Autor: Jean Baudrillard
Visto en: salonKritik

[Los recientes acontecimientos nos invitan a releer algunos textos como el que presentamos a continuación. Este fue escrito casi inmediatamente después de los atentados de 2001 y su traducción al español estuvo a mi cargo y se publicó originalmente en la revista Fractal. María Virginia Jaua]

De los acontecimientos mundiales que habíamos presenciado como la muerte de Lady Di o el Mundial de Fútbol, o acontecimientos violentos y reales como guerras y genocidios, ninguno había cobrado una envergadura simbólica global; es decir, ningún acontecimiento de difusión mundial había puesto en jaque a la globalización misma. A lo largo del estancamiento de los años noventa, lo que se impuso fue “la huelga de acontecimientos” (parafraseando al escritor argentino Macedonio Fernández). Pues bien, la huelga terminó. Los acontecimientos dejaron de estar en huelga. Nos hallamos frente a los atentados de Nueva York y del World Trade Center: el acontecimiento absoluto, la “madre” de los acontecimientos, el hecho puro que concentra en sí todos los que jamás ocurrieron.

Todo el juego de la historia y del poder ha sido afectado, así como los supuestos de su análisis. Pero hay que darse tiempo.

Durante la parálisis de acontecimientos era necesario anticipárseles, ser más rápidos que ellos. En el momento en que se aceleran a esta escala, es necesario ir más lento, sin dejarse sepultar bajo el fárrago de los discursos y el humo de la guerra; y, sobre todo, preservar intacto el fulgor inolvidable de las imágenes.

Todos los discursos y los comentarios traicionan la gigantesca reacción frente al acontecimiento y frente a la fascinación que ejerce. La condena moral, la unión sagrada contra el terrorismo transcurren junto al júbilo prodigioso de ver la destrucción de la superpotencia mundial. Y mejor verla destruirse a sí misma, suicidarse bellamente. Es ella con su insoportable poder quien, infiltrándose en el mundo, ha sembrado la violencia y (sin saberlo) la imaginación terrorista que habita en todos nosotros.

Que algún día soñamos con ese acontecimiento, que cada uno sin excepción lo ha soñado, porque nadie puede no soñar con la destrucción de un poder que ha alcanzado tal grado de hegemonía, resulta inaceptable para la conciencia moral de Occidente. Pero es un hecho, y un hecho a la medida justa de la patética violencia de los discursos que quieren borrarlo.

En última instancia, son ellos quienes lo propiciaron, y nosotros los que lo quisimos. Si no tomamos esto en consideración, el acontecimiento pierde toda su dimensión simbólica, y se convierte en un accidente puro, un acto puramente arbitrario: el espectáculo asesino de unos fanáticos a los que bastaría con eliminar. Pero sabemos que no es así. De ahí el delirio contrafóbico de exorcizar el mal, que está ahí, por todas partes, como un oscuro objeto del deseo. Sin esa inconfesable complicidad, el acontecimiento no habría tenido la repercusión que tuvo; y en su estrategia simbólica los terroristas saben, sin duda, que pueden apostar a ella.

Esto rebasa por mucho el odio al poderío mundial que domina a los desheredados y los explotados, los que cayeron en el lado equivocado del orden global. Ese maligno deseo habita en el corazón de los que disfrutan de sus beneficios. La alergia a cualquier orden definitivo, a cualquier poder definitivo es afortunadamente universal, y las dos torres del World Trade Center encarnaban, perfectas en su gemelidad, precisamente ese orden definitivo.

No se requiere una pulsión de muerte o de destrucción, tampoco un efecto perverso. Resulta lógico e inexorable que el engrandecimiento del poder exacerbe la voluntad de destruirlo, también que sea cómplice de su propia destrucción. Cuando las torres se desmoronaron, daba la impresión de que respondían al suicidio de los aviones suicidas, suicidándose. Se ha dicho: “¡Dios mismo! No puede declararse la guerra.” Pues sí, Occidente, que ha tomado el lugar de Dios (de la divinidad todo poderosa y de la legitimidad moral absoluta), se convierte en suicida, y se declara la guerra a sí mismo. Las innumerables películas de catástrofes revelan esa fantasía que conjuran a través de la imagen, sumergiendo todo bajo los efectos especiales. Pero la atracción universal que ejercen, al igual que la pornografía, muestra que el paso al acto está siempre cerca; es la veleidad de rechazar un sistema que, de tan poderoso, se acerca a la perfección o a la omnipotencia.

De hecho, es probable que los terroristas (al igual que los expertos) no hayan previsto el hundimiento de las Twin Towers que cifró, más que el ataque al Pentágono, el shock simbólico contundente. El desmoronamiento simbólico del sistema fue el resultado de una complicidad imprevisible; como si desmoronándose ellas mismas, suicidándose, las torres hubieran entrado en el juego para rematar el acontecimiento. En cierto sentido, es el sistema entero el que contribuye, por su fragilidad interna, con el acto inicial.


Pero el sistema se concentra mundialmente, constituyendo al límite una red que se vuelve vulnerable en un solo punto (así, un hacker filipino logró, desde su computadora portátil, lanzar el virus I love you, que le dio la vuelta al mundo devastando redes enteras). Aquí son los dieciocho kamikazes quienes, gracias al arma absoluta de la muerte multiplicada por la eficiencia tecnológica, desencadenan un proceso catastrófico global.

Cuando el poder mundial monopoliza a tal grado la situación, cuando enfrentamos esta concentración desmedida de las funciones de la maquinaria tecnocrática y del pensamiento único, ¿qué otra vía existe sino la de una transferencia terrorista de la situación? Es el sistema mismo el que ha creado las condiciones objetivas para esa represalia brutal. Al guardarse todas las cartas en la mano, obliga al Otro a cambiar las reglas del juego. Y las nuevas reglas son despiadadas, porque la apuesta es despiadada. A un sistema cuyo exceso de poder plantea un desafío irremediable, los terroristas responden por medio de un acto definitorio, sin posibilidad de intercambio alguno. El terrorismo es el acto que restituye una singularidad irreductible en el seno de un sistema de intercambio generalizado. Todas las singularidades (las especies, los individuos, las culturas) que pagaron con su muerte la emergencia de la circulación mundial –la cual ya obedece a un poder único–, hoy se vengan a través de esa transferencia terrorista de la situación.

Terror contra terror –no hay ninguna ideología detrás–. A partir de esto, nos hallamos más allá de la ideología y de la política. Ninguna ideología, ninguna causa, ni siquiera la islámica puede reivindicar la energía que alimenta al terror. No apunta ni siquiera a cambiar el mundo sino (como los herejes en su tiempo) a radicalizarlo a través del sacrificio; el mismo que el sistema pretende imponer por la fuerza.

Al igual que un virus, el terrorismo está en todos lados. Hay un goteo permanente de terrorismo en el mundo: es la sombra que proyecta todo sistema de dominación listo a despertar en cualquier lugar como un agente doble. Ya no existe una línea de demarcación que permita cercarlo. Se halla en el corazón mismo de la cultura que lo combate. Y la fractura visible (y el odio) que opone en el plano mundial a los explotados y los subdesarrollados con Occidente se une secretamente a la fractura interna del sistema dominante. Éste puede hacer frente a cualquier antagonismo visible. Pero contra ese otro antagonismo de estructura viral, contra esa forma de reversión casi automática de su propio poder, el sistema es impotente –como si todo aparato de dominación secretara su dispositivo de autodestrucción, su propio fermento de desaparición–. Y el terrorismo es la onda de choque de esa reversión silenciosa.

No se trata de un choque entre civilizaciones o religiones, sino de otro que sobrepasa con creces al Islam y a Estados Unidos, en los que pretendemos focalizar el conflicto para hacernos la ilusión de que existe un enfrentamiento visible y una solución por la fuerza. Se trata de un antagonismo fundamental que señala, a través del espectro de Norteamérica (que es quizás el epicentro de la globalización, pero que de ninguna manera representa toda su encarnación) y a través del espectro del Islam (que tampoco es la encarnación del terrorismo), la globalización triunfante enfrentada a sí misma. En este sentido, se puede hablar de una guerra mundial; no la tercera sino la cuarta y única verdaderamente mundial, pues lo que está en juego es la globalización misma. Las dos primeras guerras mundiales respondían a la imagen clásica de la guerra. La primera puso fin a la supremacía de Europa y a la era colonial. La segunda puso fin al nazismo. La tercera, que tuvo lugar bajo la forma de la Guerra Fría y la disuasión, puso fin al comunismo. De una a otra, nos hemos dirigido cada vez más hacia un orden mundial único, que hoy ha llegado virtualmente a su consumación. Un orden que se encuentra enfrentado a las fuerzas antagónicas diseminadas en el corazón mismo de lo mundial, en todas sus convulsiones actuales. Guerra fractal de todas las células, de todas las singularidades que se rebelan bajo la forma de anticuerpos. Enfrentamiento a tal punto inasible que cada cierto tiempo es necesario salvaguardar la idea de la guerra a través de puestas en escena espectaculares, como las de la Guerra del Golfo o la de Afganistán. Pero la Cuarta Guerra Mundial está en otra parte. Ella es la que inquieta a todo el orden mundial, a toda dominación hegemónica –si el Islam dominara al mundo, el terrorismo se levantaría en su contra–. El mundo mismo se resiste a la globalización.

El terrorismo es inmoral. El acontecimiento del World Trade Center, ese reto simbólico, es inmoral, y responde a una globalización que en sí misma es inmoral. Pues bien, seamos inmorales. Y si queremos comprender algo, miremos un poco mas allá del Bien y el Mal. Por primera vez, nos hallamos frente a un acontecimiento que desafía no sólo la moral sino toda forma de interpretación Tratemos de hacernos de la inteligencia del Mal.

El punto crucial está justo ahí: el contrasentido total de la filosofía occidental, la del Siglo de las Luces en cuanto a la relación entre el Bien y el Mal. Creemos ingenuamente que el progreso del Bien, su ascenso al poder en todos los ámbitos (ciencia, tecnología, democracia, derechos humanos), corresponde a una derrota del Mal. Nadie parece haber comprendido que el Bien y el Mal ascienden al poder al mismo tiempo, y siguen el mismo movimiento. El triunfo del primero no conlleva la desaparición del otro, sino al contrario. Al Mal lo consideramos, metafísicamente, como un error accidental. Pero ese axioma, del que se desprenden todas las formas maniqueas de la lucha entre el Bien y el Mal, es ilusorio. El Bien no reduce al Mal, ni a la inversa: son irreductibles el uno para (con) el otro, y su relación es inextricable. En el fondo, el Bien no podría darle jaque al Mal más que renunciando a ser el Bien, puesto que al adjudicarse el monopolio mundial del poder lleva consigo un efecto de retour de flamme de una violencia proporcional.

En el universo tradicional, existía un balance entre el Bien y el Mal, una relación dialéctica que aseguraba de algún modo la tensión y el equilibrio moral del universo –como en la Guerra Fría, donde el enfrentamiento de las grandes dos potencias aseguraba el equilibrio del terror, anulando la supremacía de una sobre la otra–. Este balance se quiebra a partir del momento en que se impone una extrapolación total del Bien (hegemonía de lo positivo sobre cualquier forma de negatividad, exclusión de la muerte y de toda fuerza adversa latente, triunfo de los valores del Bien en toda la extensión). A partir de ahí, se rompe el equilibrio, como si el Mal retomara una autonomía invisible, desarrollándose a partir de entonces en forma exponencial.

Toda proporción guardada, hay una semejanza con el orden político que se produjo a raíz de la desaparición del comunismo y del triunfo mundial del liberalismo. Ha surgido un enemigo fantástico, que se infiltra en el planeta como un virus, surgiendo de todos los intersticios del poder: el Islam. Pero el Islam no es sino el frente móvil, la cristalización de ese antagonismo, que está en todas partes y en cada uno de nosotros: terror contra terror pero terror asimétrico. Esta asimetría desarma por completo a la superpotencia mundial. Enfrentada a sí misma, no puede sino hundirse en su propia lógica de la correlación de fuerzas, sin capacidad alguna para jugar en el terreno del desafío simbólico y de la muerte, a los que ignora, pues los ha excluido de su propia cultura.

Hasta ahora, esta potencia integradora ha logrado absorber y reabsorber todas las crisis, toda negatividad. Con ello ha creado una situación profundamente desesperante (no sólo para los condenados de la tierra, sino también para el confort de los privilegiados). El acontecimiento fundamental es que los terroristas dejaron de suicidarse en vano al poner en juego, de manera ofensiva y eficaz, su propia muerte. Los guía una intuición estratégica simple: la inmensa fragilidad del adversario, la de un sistema que ha llegado casi a su perfección y que, de pronto, se vuelve vulnerable al más mínimo destello. Los terroristas lograron hacer de su propia muerte un arma contundente en contra de un sistema que vive de excluir la muerte, y cuyo ideal es: cero muertos. Todo sistema de cero muertos es un sistema de suma cero. Y cualquier medio de disuasión y destrucción resulta impotente contra un enemigo que ya ha hecho de la muerte un arma contraofensiva. “¡Qué importan los bombardeos norteamericanos! ¡Nuestros hombres tienen tantas ganas de morir como los americanos de vivir!” De ahí la desigualdad de las cuatro mil muertes infligidas de un solo golpe a un sistema de cero muertos.

Es así que se juega todo por la muerte. No sólo por la irrupción violenta, en directo, en tiempo real de la muerte, sino por la irrupción de una muerte más que real: simbólica, la muerte por sacrificio –es decir, el acontecimiento absoluto y definitivo–.

Tal es el espíritu del terrorismo.

Nunca atacar al sistema en términos de la correlación de fuerzas. Ése es el imaginario (revolucionario) que impone el sistema mismo, el cual sólo sobrevive obligando a sus adversarios a pelear en el terreno de la realidad, que siempre es su terreno. Y desplazar la lucha a la esfera de lo simbólico; ahí donde la regla es el desafío, la reversión, el frenesí. De tal manera que a la muerte no pueda respondérsele sino con una muerte igual o superior. Desafiar el sistema con un don al que no puede responder sino a través de su propia muerte y su propio desmoronamiento.

La hipótesis terrorista es que el sistema mismo se suicida como respuesta a los diversos desafíos de la muerte y del suicidio, puesto que ni el sistema ni el poder escapan a su condición simbólica –y sobre esa trampa descansa la posibilidad de su destrucción–. En ese ciclo vertiginoso del intercambio imposible de la muerte, la del terrorista representa un punto infinitesimal. Y no obstante provoca una aspiración, un vacío, una gigantesca onda. Alrededor de ese ínfimo punto, todo el sistema, el de lo real y el poder, se vuelve denso, se tetaniza, se repliega sobre sí mismo y se hunde en su propia eficacia.

La táctica del modelo terrorista consiste en provocar un exceso de realidad, y hacer que el sistema se desmorone bajo ese exceso. La ridiculez de la situación, así como la violencia que el poder moviliza, se tornan en su contra. Los actos terroristas son una lente de aumento de su propia violencia y, a la vez, un modelo de violencia simbólica que le está vedada, la única que no puede ejercer: la de su propia muerte. Por esto todo el poder visible es impotente frente a la muerte ínfima, pero simbólica, de unos cuantos individuos.

Hay que admitir la evidencia de que ha nacido un nuevo terrorismo, una nueva forma de actuar que juega el juego y se apropia de las reglas para manipularlas.

Esta gente no sólo lucha con armas desiguales, puesto que ponen en juego su propia muerte, la cual carece de respuestas (“son ruines”), sino que han hecho suyas las armas de la gran potencia. El dinero y la especulación en la Bolsa, las tecnologías informáticas y aeronáuticas, la dimensión espectacular y las redes mediáticas: han asimilado la modernidad y la globalización sin cambiar su rumbo, lo que implica destruirlas.

Para colmo de la malicia, utilizan incluso la banalidad de la vida cotidiana norteamericana como máscara y como doble juego: duermen en sus suburbios, leen y estudian en familia antes de despertar de un día para otro como bombas de efecto retardado. El conocimiento preciso, sin error, de esa clandestinidad tiene un efecto casi tan terrorista como el espectacular evento del 11 de septiembre. Arroja la sombra de la sospecha sobre cualquier individuo: ¿o no acaso cualquier ser inofensivo puede ser un terrorista en potencia? Si ellos lograron pasar desapercibidos, cualquiera de nosotros representa un criminal desapercibido (cada avión se convierte en sospechoso), y en el fondo es verdad. Quizá corresponde a una forma inconsciente de criminalidad potencial, disfrazada, y cuidadosamente reprimida, pero siempre susceptible, si no de resurgir al menos de vibrar secretamente frente al espectáculo del Mal. Así, el acontecimiento se ramifica hasta el detalle –propiciando un terrorismo mental aún más sutil–.

La gran diferencia es que los terroristas, al disponer de las armas del sistema, disponen de otra arma letal: su propia muerte. Si se conformaran con combatir el sistema mediante sus propias armas serían eliminados de inmediato. Si opusieran tan sólo su muerte, desaparecerían de la escena tan rápido como en cualquier sacrificio inútil –hasta ahora eso es lo que el terrorismo ha hecho casi siempre (como los atentados de los palestinos), y por lo que ha estado condenado al fracaso–.

Todo cambió a partir de esa unión entre los medios modernos disponibles y el arma mas simbólica; ésta multiplica infinitamente su potencial destructivo. Esa multiplicación de los factores (que nos parecen irreconciliables) es lo que les da semejante superioridad. Por el contrario, la estrategia de cero muertos, la guerra “limpia”, tecnológica, pasa precisamente del lado frente a esa transfiguración del poder “real” a través del poder simbólico.

El éxito prodigioso de un atentado como el del 11 de septiembre es un problema en sí. Y para comprender algo hay que desprenderse de la visión occidental, y advertir lo que sucede en la organización y la mente del terrorista. Una eficacia de tal grado supondría en nosotros una capacidad de cálculo, de racionalidad, que difícilmente podemos imaginar en otros. Y en caso de contar con esa capacidad, como cualquier organización racional o de servicios secretos, habría fugas y errores.

El éxito está en otra parte. La diferencia es que, en el caso del terrorismo, no se trata de un contrato laboral, sino de un pacto y de la obligación impuesta por el sacrificio. Una obligación como ésa se halla protegida frente a toda deserción o corrupción. El milagro reside en su capacidad para adaptarse a la red mundial, al protocolo técnico, sin renunciar a la complicidad con la vida y la muerte. De manera opuesta al contrato, el pacto no une individuos –ni siquiera su “suicidio” representa un acto de heroísmo individual–. Es un sacrificio colectivo sellado por una exigencia ideal –la conjugación de dos dispositivos: una estructura operativa y un pacto simbólico, lo que hace posible un acto de tal desmesura–.

No tenemos idea de lo que significa el cálculo simbólico, como en el póker o las máquinas traga monedas: apuesta mínima, resultado máximo. Es exactamente lo que lograron los terroristas con el atentado en Manhattan, e ilustra bastante bien la teoría del caos: un golpe inicial provoca consecuencias incalculables, mientras que el despliegue gigantesco de los norteamericanos (Tormenta del Desierto) no obtiene sino efectos insignificantes –por decirlo de alguna manera, el huracán termina en el aleteo de una mariposa–.

El suicida representaba un terrorismo de pobres; el de ahora es un terrorismo de ricos. Eso es lo que nos causa tanto miedo: que se hayan hecho ricos (poseen los medios para ello) sin dejar de desear nuestra ruina. Según nuestro sistema de valores, ellos hacen trampa: poner en juego la propia muerte no es correcto. Pero a ellos no les importa, y las nuevas reglas del juego ya no nos pertenecen.

Todo resulta útil para desacreditar sus actos. Llamarlos “suicidas” y “mártires”. Se agrega, de inmediato, que el martirio no prueba nada, que no tiene nada que ver con la verdad, y que incluso (citando a Nietzsche) es el principal enemigo de la verdad. Ciertamente, su muerte no prueba nada. Pero no hay nada que probar en un sistema en el que la verdad es inalcanzable –o es que ¿somos nosotros quiénes pretendemos ser los portadores de esa verdad?– Por otra parte, ese argumento notablemente moral se revierte. Si el mártir voluntario, el kamikaze, no prueba nada, entonces el mártir involuntario, la víctima del atentado, tampoco prueba nada; y hay algo de inconveniente y obsceno en hacer de ello un argumento moral (sin prejuzgar en absoluto su sufrimiento y su muerte).

Otro argumento de mala fe: los terroristas cambian su muerte por un lugar en el paraíso; su acto no es gratuito, por lo tanto no es auténtico. Sería gratuito sólo si ellos no creyeran en Dios, si la muerte no entrañara, como lo hace para nosotros, una esperanza (los mártires cristianos no esperaban otra cosa que esa sublime equivalencia). No pelean con las mismas armas. Mientras que ellos tienen derecho a la salvación, nosotros ni siquiera podemos albergar esa esperanza. Mientras que sólo nos queda el duelo de nuestra muerte, ellos pueden hacer con ella una apuesta ambiciosa.

En el fondo, todo esto –la causa, la prueba, la verdad, la recompensa, el fin y los medios– representa una forma de cálculo típicamente occidental. Incluso a la muerte la evaluamos con tazas de interés, en términos de calidad/precio. Cálculo económico de pobres, y de quienes ni siquiera tienen el valor de ponerle un precio.

¿Qué puede pasar –salvo la guerra, que no es mas que una pantalla de protección convencional?– Se habla de terrorismo biológico, de guerra bacteriológica o de terrorismo nuclear. Pero todo esto no pertenece al orden del desafío simbólico, sino al del aniquilamiento sin palabra, sin gloria, sin riesgo; al orden de la solución final. Resulta un contrasentido ver en el acto terrorista una lógica puramente destructiva. Me parece que sus actos, en los que la muerte va implícita (lo que precisamente la hace un acto simbólico), no buscan la eliminación impersonal del otro. Todo permanece en el terreno del desafío y el duelo, es decir, una relación dual, casi personal, con la potencia adversa. Es ella quien los ha humillado, y ella debe ser humillada y no simplemente exterminada. Es necesario degradarla. Esto jamás se logra con la fuerza bruta o la eliminación del otro. Debe apuntársele y herirla en la adversidad. Aparte del pacto que une a los terroristas, existe algo así como un pacto en el duelo con el adversario. Es exactamente lo contrario de la cobardía de la que se les acusa, y lo opuesto a lo que hicieron los norteamericanos en la Guerra del Golfo (y que repiten actualmente en Afganistán): objetivo invisible, liquidación operativa.

De estos sucesos quedan las imágenes por encima de todo. Debemos preservarlas, así como la fascinación que ejercen sobre nosotros, ya que ellas son, quiérase o no, la escena primigenia. Al mismo tiempo que radicalizaron la situación mundial, los acontecimientos de Nueva York han –habrán– radicalizado la relación entre la imagen y la realidad. Acostumbrados a ver una profusión continua de imágenes banales y una oleada de acontecimientos simulados, el acto terrorista de Nueva York resucita, a un mismo tiempo, la imagen y el acontecimiento.

Entre las armas que los terroristas lograron volver en contra del propio sistema, una de las que capitalizaron con mayor provecho fue el tiempo real de las imágenes, su difusión instantánea a nivel mundial; al igual que la especulación en la Bolsa, la información electrónica y la circulación aérea. El papel de la imagen es notablemente ambiguo. Al mismo tiempo que exalta el acontecimiento lo toma como rehén. Juega, de manera simultánea, a la multiplicación infinita, la diversión y la neutralización (así sucedió con los acontecimientos de 1968). La imagen consume al acontecimiento, en el sentido de que lo absorbe y lo ofrece al consumo.

En tanto acontecimiemto-imagen, le otorga un impacto hasta ahora inédito.

¿Qué queda del acontecimiento real si la imagen, la ficción, lo virtual se filtran por doquier en la realidad? En este caso, creímos ver (quizá con cierto alivio) un resurgimiento de lo real y de la violencia de lo real en un universo supuestamente virtual. “¡Se acabaron sus historias virtuales, esto es la realidad!” Asimismo, fuimos testigos de una resurrección de la historia más allá del fin que le fue anunciado. Pero, ¿la realidad rebasa la ficción? Si parece haberlo logrado, se debe a que absorbió su energía, y ella misma se convirtió en ficción. Casi podría decirse que la realidad siente celos de la ficción, lo real está celoso de la imagen… Se trata de una suerte de duelo entre ambos, entre quién resultará más inconcebible.

El desmoronamiento de las torres del World Trade Center es inimaginable, pero no es suficiente para hacer de él un acontecimiento real. Un incremento de la violencia no es suficiente para acceder a la realidad. La realidad es un principio, y ése es el principio que se ha perdido.
Realidad y ficción son inextricables; lo fascinante del atentado reside en la imagen (las consecuencias simultáneas de jubilo y catástrofe son en sí mismas imaginarias).

Es un caso en el que lo real se suma a la imagen como un excedente de terror, como algo más estremecedor. No sólo es aterrador sino que además es real. En lugar de que la violencia de lo real esté ahí y se sume al estremecimiento de la imagen, la imagen se halla antes que nada, y a ella se suma el estremecimiento de lo real. Algo así como una ficción que rebasa la ficción. Ballard (a partir de Borges) hablaba de reinventar lo real como una ficción más temible y más sublime.

Esa violencia terrorista no representa un retour de flamme de la realidad, no más que el de la historia. Esa violencia terrorista no es “real”. En cierto sentido es peor: es simbólica. La violencia en sí puede ser perfectamente banal e inofensiva. Sólo la violencia simbólica genera una singularidad. En ese acontecimiento, en la catastrófica película de Manhattan se conjugan, en su mayor expresión, los dos elementos que fascinan a las masas del siglo xx: la magia blanca del cine y la magia negra del terrorismo. La luz blanca de la imagen y la luz negra del terrorismo.

Después del shock intentamos extraer algún sentido, encontrar una interpretación; pero carece de él, y ese radicalismo, esa brutalidad del espectáculo es lo original y lo irreductible. El espectáculo del terrorismo impone el terrorismo del espectáculo. Contra esa fascinación inmoral (incluso si desencadena una reacción moral universal) el orden político es impotente. Ése es nuestro teatro de la crueldad, el único que nos queda –extraordinario por cierto, ya que alcanza el punto más álgido de espectacularidad y desafío–. Al mismo tiempo, es el micromodelo fulgurante de un nudo de violencia real en una cámara de máxima resonancia –la forma más pura de lo espectacular–, y un modelo de sacrificio que opone al orden histórico y político la forma simbólica más pura del desafío.

Cualquier masacre les habría sido perdonada, si hubiera tenido sentido, si pudiera interpretarse como una violencia histórica –ése es el axioma moral de la buena violencia–. Cualquier forma de violencia les habría sido perdonada, si ésta no hubiera sido transmitida por los medios (“el terrorismo sin los medios no sería nada”). Pero es una ilusión. No existe el buen uso de los medios, ellos forman parte del acontecimiento, forman parte del terror y juegan en uno y otro bando.

El acto represivo sigue la misma espiral imprevisible del acto terrorista. Nadie sabe dónde va a detenerse ni los virajes que van a producirse. En el plano de las imágenes y de la información, no es posible distinguir entre lo espectacular y lo simbólico: imposible distinguir entre el “crimen” y la represión. Ese desencadenamiento incontrolable de la reversibilidad es la verdadera victoria del terrorismo. Victoria visible en las ramificaciones y la infiltración subterránea del acontecimiento –no sólo en la recesión económica directa, política, bursátil y financiera del conjunto del sistema, y en la recesión moral y psicológica que resulta de ella, sino también en la del sistema de valores, de toda ideología de la libertad, de la libre circulación, etc., que eran parte del orgullo del mundo occidental, y del que se valía para ejercer su influencia sobre los demás–.

La idea de la libertad, idea nueva y reciente, está en vías de extinguirse en las conciencias y en las costumbres. La globalización liberal está a punto de consumarse bajo la forma exactamente inversa: una mundialización policíaca, el control total, el terror de la seguridad. La ausencia de reglas desemboca en una escalada de obligaciones y restricciones equivalentes a las de una sociedad fundamentalista.

Disminución de la producción, del consumo, de la especulación, del crecimiento (¡pero ciertamente no de la corrupción!): todo sucede como si en el sistema mundial se operara un repliegue estratégico, una revisión desgarradora de sus valores –da la impresión de una reacción defensiva ante el impacto del terrorismo, pero en el fondo se trata de una respuesta a su disposiciones secretas–, regulación forzada como salida al desorden absoluto que, de alguna manera, se impone sobre sí mismo interiorizando su fracaso.

Otro aspecto de la victoria de los terroristas es que las demás formas de violencia y desestabilización juegan a favor suyo: terrorismo informático, biológico, el ántrax y el rumor. Todos le han sido imputados a Bin Laden, quien podría incluso reivindicar a su favor las catástrofes naturales. Todas las formas de desorganización y de circulación perversa le son útiles: hasta la estructura misma del intercambio mundial generalizado a favor de un intercambio imposible. Se trata de una suerte de escritura automática del terrorismo, (re)alimentada por el terrorismo involuntario de la información, con todas las consecuencias de pánico que resultan de ella. Si en toda esa historia del ántrax, la intoxicación ocurre por una cristalización instantánea, por el simple contacto entre una solución química y una molécula, ello significa que el sistema alcanzó un peso crítico que lo hace vulnerable a la más mínima agresión.

No existe una solución para una situación límite. No es de ninguna manera la guerra, que ofrece una situación conocida: la avalancha habitual de fuerzas militares, información fantasma, bombardeos inútiles, falsos y patéticos discursos, despliegue tecnológico e intoxicación. Al igual que en la guerra del Golfo: un no-acontecimiento, un acontecimiento que en realidad no tuvo lugar.

De hecho ahí está su razón de ser: sustituir un acontecimiento real y extraordinario, único e imprevisible, con un pseudo-acontecimiento repetitivo y ya conocido. El atentado terrorista corresponde a una precesión del acontecimiento en todos sus modelos de interpretación, mientras que la guerra estúpidamente militar y tecnológica corresponde, por el contrario, a una precesión del modelo sobre el acontecimiento, y por lo tanto, a una apuesta ficticia y a un no-lugar. La guerra como continuación de la ausencia de política con otros medios.


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©Jean Baudrillard, L’esprit du terrorisme, Éditions Galilée, Paris, 2002.

Traducción del francés: María Virginia Jaua Alemán.