Autor Daniel Villegas
Parece ser que Charles Baudelaire se unió al movimiento revolucionario de 1848, fundamentalmente con la intención de conseguir que fusilarán a su autoritario padrastro, el General Comandante de la plaza fuerte de París, Jacques Aupick. Es conocido que Baudelaire nunca tuvo una buena relación con quién había ocupado el papel de su padre, llegando incluso a agredirlo en alguna ocasión. Durante aquellas jornadas revolucionarias se le pudo ver en las barricadas tratando de agitar al pueblo para conseguir el mencionado objetivo. Llego incluso a publicar un periódico de tendencia socialista bajo el título de Le Salut Publique. Sin embargo, como sostienen sus biógrafos, el acceso revolucionario de Baudelaire no se fundamentaba en motivaciones políticas ―él mismo había dicho: "Comprendo que se deserte de una causa para saber que se sentirá al servir a otra"― sino más bien en un impulso de rebeldía edípica. Encontramos en este caso un claro uso instrumental de lo revolucionario para la consecución de unos objetivos otros, de orden distinto a los que se presuponen de una toma de partido en un conflicto político.
La anécdota baudeleriana abre ciertos interrogantes en relación con la naturaleza de la posición que los productores culturales han adoptado, y aún adoptan, en referencia con los asuntos asociados con la transformación social. La duda que sobrevuela, especialmente en nuestros días, es la de si desde el ámbito cultural, no pocas veces, se ha instrumentalizado lo político para la favorecer determinados intereses individuales, de manera cínica, o/y desde posiciones meramente ingenuas o diletantes ―utilizando este término en su sentido más peyorativo, asociado a una postura superficial y falta de autentico compromiso.―
La cuestión fundamental es si llegado el momento de un cambio radical, en las condiciones socio-políticas y de producción económica, aquellos productores culturales, que mediante sus discursos o trabajos, han sostenido la urgencia de esa transformación, desde situaciones personales a menudo favorables, estarían dispuestos a asumir plenamente lo que significa un cambio revolucionario. Es más, cabe preguntarse si esa misma inercia revolucionaria no barrería del mapa, incluso desde sus inicios, a todos aquellos que, desde la cultura, pensándose a sí mismos como agentes de transformación, no fueran percibidos del mismo modo por las fuerzas activas de ese hipotético movimiento. Simplificando su complejidad podríamos recordar aquí el destino de la vanguardia rusa que, como decía en relación con otro asunto análogo Nikita Mikhalkov, fue quemada por el sol.
Es cierto, sin embargo, que en el momento actual, en Occidente, la idea de revolución ha ido paulatinamente despareciendo del horizonte de expectativa, de consuno con la eliminación de éste último, de la mayoría de la población de estas sociedades. Conviene recordar aquí las palabras de Žižek: "Hoy es más fácil imaginarse el fin del mundo que el del capitalismo", quizás sea esta la razón de la hiperproducción cinematográfica apocalíptica de las últimas décadas. En cualquier caso, la idea de revolución ha pervivido entre nosotros como un elemento instrumental que ha servido a intereses de diversa estirpe.
Hace algunos años apareció un anuncio televisivo de una marca de automóviles que ironizaba, precisamente, con la contradicción existente entre la producción musical radical y la vida privada burguesa de su autor, utilizando un perverso mecanismo de pelaje cínico. Apelaba, en definitiva, a la idea de que uno podía sostener, en el ámbito de lo simbólico, una postura nítidamente revolucionaria sin por ello renunciar a las cosas buenas que le ofrece el sistema capitalista, en su vida privada. En definitiva, este anuncio parecía querer decirnos que el actual orden cosas nos permite situarnos en las filas del movimiento de transformación, ó de la negación del mismo, sin que por ello tengamos que ser tontos y no disfrutar de sus aparentes ventajas.
Resulta interesante que inspirándose en este anuncio el grupo punk Gatillazo, cuyo vocalista era Evaristo de la Polla Records, hiciera una versión en clave de sobreidentificación que no sólo permitía dejar al descubierto aquello que sólo se percibía como latencia en el anuncio, sino que se constituía en crítica de no pocas posturas cínicas.
Volviendo a la idea de lo innecesario de adoptar una postura torpe cuando uno puede constituirse en un agente combativo revolucionario a tiempo parcial, la cadena Media Markt viene desde hace tiempo lanzando un mensaje, desde distintos soportes publicitarios, basado en la idea de que sus clientes no son tontos. Utilizando los tradicionales mecanismos propagandísticos, propios de los movimientos revolucionarios, parecen decirnos que la única opción actual de revolución o de lucha es aquella que está articulada por el consumo. Es decir, en el contexto capitalista nuestro verdadero combate se libra en el acceso al mejor precio.
En cualquier caso, en esta situación donde las multinacionales generan cínicamente sus propias vías revolucionarias reificadas, donde la expectativa de una transformación de un sistema, de inclinaciones totalitarias, se ha esfumado, cabe preguntarse si gran parte de las posturas políticas, adoptadas por un sector de la producción cultural, se mantendrían firmes en el caso, más que improbable, que se produjera un escenario revolucionario. Sea como fuera, actualmente se nos permite seguir jugando en el ámbito simbólico, como buenos e irresponsables diletantes ¿o cínicos?, a ser agentes eventuales de transformación, simepre que no seamos tontos renunciando a aquello conveniente que el sistema nos ofrece.
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